Domingo01 Diciembre 2024

LA LENGUA EN PEDAZOS

la lengua en pedazos

Decía Fray Luis en su oda Vida retirada: "A mí una pobrecilla/ mesa de amable paz bien abastada/ me baste". A Mayorga también. Una mesa, dos actores y la luz. Daniel Albalejo, el ficticio Inquisidor, aparece en escena más como un hombre de armas que como hombre de iglesia. Su talla, su envergadura, sus largas zancadas y sus ademanes enérgicos, lo asimilan visualmente a un caballero medieval, lo cual está en la lógica oscura del Santo Tribunal.

Clara Sanchís, Teresa, se nos presenta sin embargo inicialmente en una inmovilidad ausente. La pasividad era uno de los cuatro rasgos de la experiencia mística. La búsqueda no voluntarista de una determinada pasividad del alma. La quietud es por tanto el punto de partida de un personaje que tarda en reaccionar a las invectivas de su antagonista.

El texto echa a volar desde el principio como un pájaro que revolotea incesantemente cargado de resonancias clásicas en su retórica y de sutilezas poéticas en su desenvoltura, sustentadas a cada momento en el repertorio de la autora mística. El Inquisidor despliega sus recursos como un avezado comisario que busca el derrumbamiento, la confesión de su detenida. Y es que el texto se construye desde la dinámica de un interrogatorio policial. Sin embargo, nos invade un cierto desconcierto cuando la carmelita se incorpora activamente a las réplicas.

Nos confunde en la actriz una dicción trabada que entorpece la cadencia del texto. Una gestualidad algo torcida que remite a alguna tara. Unos ojos quizás demasiado perdidos que nos perturban. Nos quedamos a la espera. Y solo cuando la monja desobediente menciona las frecuentes visitas de los médicos, sus habituales conversaciones con el demonio, la aparición en claroscuro de la figura de Dios. Solo entonces comprendemos que Mayorga ha optado por presentarnos al personaje en toda su complejidad.

Porque ahondar en los motivos, en la universalidad del planteamiento, en la actualidad de un discurso que evidencia cómo el poder cerca y asedia a quien osa apartarse del camino trazado por "la ciudad" daría para un ensayo. Tal es la profundidad de las ideas contenidas en él. Pero paralelamente a ese alegato en favor de la individualidad y la creencia, sea esta de la naturaleza que fuere, hay una revisión de uno de los hechos culturales más excepcionales de nuestra literatura: la experiencia mística.

Esta deslumbrante Lengua en pedazos, que ciertamente trasciende lo histórico, no debería hacernos perder de vista su propósito principal de reivindicación en lo personal y en lo literario de Teresa de Cepeda y Ahumada, posicionada más en el lado de la rebeldía idealista en contra del poder dominante que en el de la beatitud complacida. Ese es el Mayorga que esperábamos y sin embargo no deja de sorprendernos. Por la finura en los detalles, por la valentía en los textos y por el dominio magistral de la lengua. Inefable.

José María García Martín